La historia que les voy a contar ocurrió hace varios años. Parece inverosímil, pero fue verdad. Estaba despidiendo a unos amigos, cuando me llega un aviso: En la puerta de peatones de la casa hay un anciano. Me acerqué para ver de qué se trataba. Un señor mayor, entre los 75 y 85 años. En cuclillas, con una bolsa pequeña a su lado.
Le pregunté primero cómo se encontraba. Me respondió con sonidos guturales que no entendí; pero por la sonrisa de su cara, deduje que no había problemas de salud.
No llevaba documentos personales. La bolsita contenía un sandwich que quien lo dejó aquí, se ocupó de prepararle. Viendo que el asunto no era urgente, quienes me acompañaban y yo, deliberamos qué podríamos hacer con él. Lo primero que se imponía era llamar a una ambulancia de “Atención Inmediata”.
Enseguida apareció. Le tomaron la temperatura, escucharon su respiración. Todo estaba normal. Les pregunté si se lo iban a llevar, y me contestaron que no, porque no estaba enfermo. Nos aconsejaron llamar a la policía.
A los pocos minutos, llegó una patrulla. Pidieron papeles, les dije que no tenía. Les pregunté si se lo llevarían, me contestaron que no, porque no era un delincuente. Me aconsejaron llamar a los bomberos, pero no lo hice porque supuse que tampoco se lo podrían llevar porque no era un incendiario.
Concluimos que a esa hora de la noche no podíamos hacer nada. Tendríamos que esperar al otro día. Le dimos un poco de leche y otro sandwich. Intentamos meterlo a casa, pero no podía caminar. Las piernas permanecían rígidas y cruzadas entre sí.
Le buscamos una almohada y frazadas para la noche. Decidimos meterlo en uno de los automóviles, en el asiento posterior. Allí, al aire libre, y con las ventanas abiertas, podría dormir tranquilo. Lo acomodamos, y con una simpática sonrisa nos despidió con evidentes señales de encontrarse perfectamente.
A la mañana siguiente, después de informarnos bien, lo llevamos a un asilo que atienden unas monjas en Mañongo. No podían recibirle –nos dijeron- porque no tenía esposa y allí solo recibían parejas.
Fuimos a otro, donde nos informaron que no tenían cupo. Fuimos finalmente a un asilo oficial en Bárbula. Nos dijeron que podían recibirle, pero que el Director debía autorizar su ingreso y no se enconatraba allí. Nos dijeron que le podríamos encontrar en la Alcaldía de Naguanagua, y allí nos fuimos, pensando que pronto resolveríamos nuestro problema.
Por las señas que nos dieron, lo encontramos enseguida. Nos dijo que sí, que le podían recibir, pero que debíamos traer los informes médicos: análisis de sangre, radiografía de tórax, electrocardiograma, electroencefalograma… etc. Entonces, protesté. Le conté toda la historia, y le hice ver que yo tenía otras obligaciones y que no podía seguir en este plan.
Con todo el protocolo, nos dispusimos a levantar el acta correspondiente. Al rato de haber empezado, la secretaria dijo que se le había acabado la tinta, que no tenían repuesto, y que por tanto, debíamos volver el lunes. A duras penas, convencí a estos buenos funcionarios que, dadas las circunstancias, se podía escribir a mano, se firmaba el papel y luego se restituiría al formato original. ¿Cómo les parece?
opulgarprez6@gmail.com
Le pregunté primero cómo se encontraba. Me respondió con sonidos guturales que no entendí; pero por la sonrisa de su cara, deduje que no había problemas de salud.
No llevaba documentos personales. La bolsita contenía un sandwich que quien lo dejó aquí, se ocupó de prepararle. Viendo que el asunto no era urgente, quienes me acompañaban y yo, deliberamos qué podríamos hacer con él. Lo primero que se imponía era llamar a una ambulancia de “Atención Inmediata”.
Enseguida apareció. Le tomaron la temperatura, escucharon su respiración. Todo estaba normal. Les pregunté si se lo iban a llevar, y me contestaron que no, porque no estaba enfermo. Nos aconsejaron llamar a la policía.
A los pocos minutos, llegó una patrulla. Pidieron papeles, les dije que no tenía. Les pregunté si se lo llevarían, me contestaron que no, porque no era un delincuente. Me aconsejaron llamar a los bomberos, pero no lo hice porque supuse que tampoco se lo podrían llevar porque no era un incendiario.
Concluimos que a esa hora de la noche no podíamos hacer nada. Tendríamos que esperar al otro día. Le dimos un poco de leche y otro sandwich. Intentamos meterlo a casa, pero no podía caminar. Las piernas permanecían rígidas y cruzadas entre sí.
Le buscamos una almohada y frazadas para la noche. Decidimos meterlo en uno de los automóviles, en el asiento posterior. Allí, al aire libre, y con las ventanas abiertas, podría dormir tranquilo. Lo acomodamos, y con una simpática sonrisa nos despidió con evidentes señales de encontrarse perfectamente.
A la mañana siguiente, después de informarnos bien, lo llevamos a un asilo que atienden unas monjas en Mañongo. No podían recibirle –nos dijeron- porque no tenía esposa y allí solo recibían parejas.
Fuimos a otro, donde nos informaron que no tenían cupo. Fuimos finalmente a un asilo oficial en Bárbula. Nos dijeron que podían recibirle, pero que el Director debía autorizar su ingreso y no se enconatraba allí. Nos dijeron que le podríamos encontrar en la Alcaldía de Naguanagua, y allí nos fuimos, pensando que pronto resolveríamos nuestro problema.
Por las señas que nos dieron, lo encontramos enseguida. Nos dijo que sí, que le podían recibir, pero que debíamos traer los informes médicos: análisis de sangre, radiografía de tórax, electrocardiograma, electroencefalograma… etc. Entonces, protesté. Le conté toda la historia, y le hice ver que yo tenía otras obligaciones y que no podía seguir en este plan.
Con todo el protocolo, nos dispusimos a levantar el acta correspondiente. Al rato de haber empezado, la secretaria dijo que se le había acabado la tinta, que no tenían repuesto, y que por tanto, debíamos volver el lunes. A duras penas, convencí a estos buenos funcionarios que, dadas las circunstancias, se podía escribir a mano, se firmaba el papel y luego se restituiría al formato original. ¿Cómo les parece?
opulgarprez6@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario